12 de diciembre de 2006
cuento
Una vez soñé que era un bichito y estaba paseando en un jardín. La hierba era tan alta como los árboles y una piruleta que alguien se había dejado olvidada era tan grande como un autobús. Las flores parecían casas. Las hormigas pasaban a mi lado y sólo eran un poquito más bajas que yo. De pronto sonó un trueno que me asustó mucho y empezó a llover. Cada gota era como si cayera un cubo entero de agua sobre mi cabeza y los charcos se hacían tan grandes como lagos. Encontré un pétalo de rosa con el que me tapé un poco, pero la lluvia no paraba. Un poquito más lejos había una cáscara de nuez tirada boca abajo y pensé que podría meterme allí para no empaparme. Al asomar la cabeza, me encontré allí dentro con otros animalitos que también escapaban de la tormenta. Una luciérnaga estaba en lo alto iluminando el sitio y unos grillos estaban tocando música frotando sus patas. Alguien gritó: “Tú no puedes entrar, eres muy rara”. Yo ni siquiera sabía el aspecto que tenía, me miré en un charquito que parecía un espejo en el suelo y vi que era una mariquita roja con puntitos y unas antenitas que me hicieron gracia al moverse. Pero un escarabajo de un negro reluciente, dijo: “Sí, dejadla pasar, es como yo, sólo que su caparazón tiene otros colores”. Allí también había moscas, y mosquitos, y saltamontes y libélulas, algunos posados en el suelo, otros agarrados en las paredes, y otros jugando a revolotear sobre los demás. Otra cabecita asomó y de nuevo una voz, dijo: “Tú no puedes entrar, no eres como nosotros, no tienes alas”. La pobre pulguita dijo: “No, pero tengo muchos pares de patas, igual que vosotros, y soy pequeña también. El perro en el que vivía me ha tirado de su lomo y no se nadar, tenéis que dejarme pasar”. Muchos dijeron: “Que pase, hay sitio”. Poquito después entró un gusano que se estiraba y se encogía como un acordeón, de un precioso color verde. Alguien dijo: “No puede entrar, no tiene alas y patas tampoco, no es como nosotros”. Una mariposa, con unas preciosas alas de muchos colores, que se había quedado medio dormida colgada en el techo, dijo: “Yo antes era como él, luego me hice una bolsita, pasé mucho tiempo dentro y, al salir, me habían crecido alas, dejadle pasar, cabemos todos”. Cuando mi madre me despertó para ir al “cole” yo no hacía más que repetir, “Cabemos todos, cabemos todos”. Mientras me peinaba, le conté mi sueño y ella me dijo que en la clase, ese día, me fijara en que las personas también somos como los bichitos, que parecemos muy diferentes, porque tenemos la piel y el pelo de muchos colores, somos más altos o más bajos, más gordos o más flacos, pero todos somos iguales, tenemos dos ojos por los que lloramos si algo nos pone tristes, una nariz que nos tapamos si huele mal y una boca con la que nos gusta sonreír, y un corazón que nos hace querer a las personas. Y da igual en qué país hayamos nacido, y no importa que lengua hablemos. Incluso puede pasar que nos guste la comida diferente. Eso, por ejemplo, también me pasa con mi hermana; a ella le gustan los helados de fresa y yo me vuelvo loca por los de chocolate. A ella le gustan unas canciones que yo no entiendo. Pero vivimos en la misma casa. Por eso, desde aquel sueño, creo que el país en el que vivo, y todos los países juntos, y el mundo entero es como una cáscara de nuez gigante en el que, haciéndonos sitio, cabemos todos.
posted by lichiaraña @ 9:41  
1 Comments:
  • At 16 de enero de 2007, 11:41, Blogger Unknown said…

    a veces tan diferentes, a veces tan iguales, siempre hay algo que nos hace unicos y algo que nos hace iguales.
    Un besazo

    PD: soy tu primer comment en el blog :D

     
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