8 de junio de 2007
EL NEGRO
Estamos en el comedor estudiantil
de una universidad alemana
Una alumna rubia e inequivocamente germana adquiere su bandeja con
el menú
en el mostrador del autoservicio luego
se sienta en una mesa. Entonces advierte
que ha olvidado los cubiertos y vuelve
a levantarse para cogerlos. Al regresar
descubre con estupor que un chico negro,
probablemente subsahariano por su aspecto,
se ha sentado en su lugar está comiendo
de su bandeja. De entrada, la muchacha
se siente desconcertada y agredida, pero
enseguida corrige su pensamiento y supone
que el africano no está acostumbrado al sentido
de la propiedad privada y de la intimidad del
europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero
suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta
barata para el elevado estándar de vida de
nuestros ricos países. De modo que la
chica decide sentarse frente al tipo y
sonreírle amistosamente. A lo cual el africano
contesta con otra blanca sonrisa. A continuación,
la alemana comienza a comer de la bandeja
intentado aparentar la mayor normalidad y
compartiéndola con exquisita generosidad
y cortesía con el chico negro. Y así, él se
toma la ensalada, ella apura la sopa,
ambos pinchan paritariamente del
mismo plato de estofado hasta acabarlo
y uno da cuenta del yogur y la otra de
la pieza de fruta. Todo ello trufado
de múltiples sonrisas educadas,
tímidas por parte del muchacho, suavemente
alentadores y comprensivas por parte del muchacho,
suavemente alentadoras y comprensivas por parte
de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta
en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa
vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre
el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta. Dedico esta historia deliciosa que además es auténtica,
a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan
de los inmigrantes y les consideran individuos
inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas,
les observan con condescendencia y paternalismo.
Será mejor que nos libremos de los prejuicios o
corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo
que la pobre alemana, que creía ser el colmo
de la civilización mientras el africano, él sí
inmensamente educado, la dejaba comer
de su bandeja y tan vez pensaba: “Pero qué chiflados están los europeos.”

Etiquetas:

posted by lichiaraña @ 10:36  
3 Comments:
  • At 8 de junio de 2007, 21:36, Blogger Unknown said…

    me ha encantado la historia, pero me sobra la moraleja

     
  • At 11 de junio de 2007, 13:43, Anonymous Anónimo said…

    Lo había leído, pero con un paquete de galletas en un aeropuerto. De cualquier forma, está igual de bien. Te enseña que a veces haces bien callándote antes de hablar y considerando otras alternativas (por ejemplo, es ésa mi bandeja, o puede que me sentase en otra parte?)
    Un beso.

     
  • At 11 de junio de 2007, 20:47, Blogger Cintia Chantada said…

    MUy crEaTiVO tU mUNdO... hErmOsOs TeXToS Y buEna ONdA...nos VEmOs!

     
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